viernes, 17 de septiembre de 2010

Quiroga describe perfectamente el amor para el hombre.

"[...]Ella, joven, pálida, con una de esas profundas bellezas que más que en el rostro -aún bien hermoso-, están en la perfecta solidaridad de mirada, boca, cuello, modo de entrecerrar los ojos. Era, sobre todo, una belleza para hombres, sin ser en lo más mínimo provocativa; y esto es precisamente lo que no entenderán nunca las mujeres.
La miré largo rato a los ojos descubiertos porque la veía muy bien, y porque cuando el hombre está así en tensión de aspirar fijamente un cuerpo hermoso, no recurre al arbitrio femenino de los anteojos.
Comenzó el segundo acto. Volví aún la cabeza al palco y nuestras miradas se cruzaron. Yo, que había apreciado ya el encanto de aquella mirada vagando por uno y otro lado de la sala, viví en un segundo, al sentirla directamente apoyada en mí, el más adorable sueño de amor que haya tenido nunca.
Fue aquello muy rápido; los ojos huyeron, pero dos o tres veces, en mi largo minuto de insistencia, tornaron fugazmente en mí.[...]"

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